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Inclusión en salud


ASÍ COMO se ha insistido en (al menos)  los últimos 16 años en el tema de la inclusión financiera,     tema comentado en otra entrega mía a El Asegurador, también se ha estado machacando el tema de la inclusión en salud, y se ha hecho hincapié en ello sobre todo en la última década.                             

EL PUNTO TIENE implicaciones políticas además de las sociales, que son muy obvias.  Es, digámoslo de manera sencilla, un tema socialmente aceptable: ¿quién          se va a oponer a que la salud llegue a toda persona, independientemente de su condición social, económica, etcétera?    Nadie. Pero a quienes se pronuncian por tales anhelos      el tema les aporta buena imagen, que se traduce fácilmente en votos (hasta para tiranos) y en fondos y capital social y político.

QUEDA SÓLO TRATAR DE definir a qué se refieren exactamente   esas posturas. Como en el caso de la inclusión financiera, el tema de la salud ha ocupado miles de minutos en diversas conferencias y foros; sin embargo, todos esos discursos están llenos de lugares comunes. Incluyen propuestas básicamente lógicas  pero llenas de lagunas en cuanto a la operatividad y los aspectos financieros requeridos para hacer llegar la medicina, y los servicios de salud en general,    hasta la última comunidad registrada en los mapas.

EN EFECTO, los objetivos que se plantean son universales: que   todo el  mundo tenga derecho a la salud y a los servicios de salud;  y que además éstos sean lo más accesibles  posible; que particularmente las franjas económicas de la base sean objeto de gratuidad en cuanto a esos beneficios, a cargo del Estado,    desde luego, pero con dinero de los contribuyentes.

LO QUE NO SE DICE es por qué hasta ahora esos excelentes y muy loables propósitos no se han cumplido. Y la cosa no es tan sencilla. Lo más evidente es que no hay estructura para atender a un alto porcentaje de la población en sitios rurales y, si cabe, subrurales. En el mejor de los casos,    en algunos de ellos hay microclínicas,     con personal que va desde un enfermero o enfermera  a un médico;     y, tal vez, en casos muy afortunados, hay de tres a cinco    entre ambas ocupaciones. Lo que no hay son  insumos, instrumental médico, y mucho menos aparatos para estudios básicos. Si bien les va, hay algunos curitas,    tal vez gasa, alcohol, una tijera, quizá un estetoscopio, ungüento para aliviar golpes y ácido acetilsalicílico. Nada más.

DE LOS PRESUPUESTOS nacionales para medicamentos, ni qué decir. Aparentemente es mayor prioridad construir trenecitos, industrias para procesar algo que está a punto de desaparecer  y un aeropuerto de   mecano.     O también     —¿por qué no?—   es prioritario sembrar árboles y plantíos en México y Centroamérica  (a costa de los mismos impuestos que pagamos los contribuyentes), o realizar envíos   “humanitarios”       (claro eufemismo para justificar la tan defendida política de no intervención, y poder meternos  en asuntos de otros países).

DE MODO QUE pensar en la salud, es decir, en la inclusión de la sociedad en los servicios de  atención  a la salud, con visión de universalidad, está tan lejos del dinero público  como tan cerca de los discursos oficiales, que tan buenos dividendos dan a la hora de    comprar  votos (que es lo que realmente hacen los sentidos discursos al respecto).

TODO AQUEL QUE desea, implora, suplica    (como los padres de los niños  con cáncer)  que se le ofrezcan los servicios de salud fundamentales para mantener a personas con vida y con el menor sufrimiento posible;  todo aquel que quiere y tiene conciencia de lo importante que es contar con servicios de salud   es presa fácil cuando  le prometen que, ahora sí, va a haber abasto de medicamentos, construcción de clínicas y hospitales, médicos competentes en el medio rural y otras ofertas que  (¡como si nunca se hubiera aprendido!)  son palabrería hueca,   puras esperanzas, las esperanzas de México… Pero   de  esperanzas no pasan, ya que los hechos nunca llegan. Así que el discurso de inclusión en  salud es lindo, pero está cimentado  en   fango o escrito en papel mojado.

EN EL SECTOR ASEGURADOR se dan discursos  (no electorales, en principio), se estructuran ideas que apuntan a que debiéramos propugnar  estrategias y programas enfocados en  esa inclusión. Lo primero que se necesitaría para ello es que los seguros asociados a servicios médicos fueran accesibles. Y no  hay forma. Y no porque el sector no quiera, sino  porque los honorarios médicos y los costos de los hospitales privados son tan elevados que no es posible cobrar primas bajas:     cualquier siniestro simple  cuesta decenas de miles de pesos;  y ya no se diga para el caso de padecimientos graves o intervenciones quirúrgicas complejas.

QUÉ BUENO que existan  esos excelentes deseos, pero no pasan de ser eso: deseos. De las buenas intenciones a los hechos hay un mundo de cuestiones intermedias que, por lo  menos, deben medirse y evaluarse   de forma tal que puedan estructurarse y llevarse a buen fin, con programas que incluyan recursos públicos y privados…  y    voluntades.

 

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