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Septiembre: ¿aniversario o recordatorio de un riesgo llamado sismo?


Si eligiéramos al azar a 100 personas de diferentes partes del país para preguntarles si vivimos en una zona sísmica, obtendríamos diferentes respuestas. En prácticamente cualquier lugar de Coahuila nos dirían que no, pero en Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Puebla, Tlaxcala y Ciudad de México la historia sería muy diferente, pues la mayoría diría que sí y uno que otro despistado afirmaría que a veces.

En México tiembla… y fuerte, aunque “fuerte” no es una unidad de medida de valor o intensidad. Un sonorense podría emplear el adjetivo “fuerte” para referirse a algo que apenas es digno de ser tomado en cuenta por la media de los pobladores de la Ciudad de México. Por eso, si la magnitud de un movimiento telúrico es inferior a 5.5, no se disparan alertas sísmicas fuera de los 350 km de la zona de detección, y si la magnitud es de 6 o superior, se liberan dichas alertas a todas las zonas que se encuentren conectadas.

¡Impresionante! Tenemos un sistema de alertamiento temprano para prepararnos ante la inmediatez de un temblor y más o menos sabemos cómo actuar ante el inminente peligro. Sin embargo, ¿por qué nuestro sistema de alerta personal, nuestro factor miedo, no se activa ante el inevitable hecho de que la inmensa mayoría de la población del país vive en una zona altamente propensa al daño por terremoto?, y ¿por qué no acostumbramos a comprar seguros para trasladar el riesgo de perder nuestro patrimonio?

Al acercarse septiembre, el gobierno comienza a programar megasimulacros para, entre otras cosas, probar los sistemas de alerta sísmica, analizar la reacción de la población civil y recordarnos que el riesgo es omnipresente. Sin embargo, como una mala pasada del destino, un funesto presagio o una oscura ironía de la vida, tras los protocolos del simulacro del 19 de septiembre de 2017, vino el recordatorio real y, como en las películas, llegó el monstruo después de que cantamos victoria y guardamos las armas, provocando inmensas pérdidas materiales y humanas y trayendo demoledoras crisis financieras a quienes perdieron su patrimonio o al menos una parte.

Parece que sufrimos amnesia, disfrutamos el factor riesgo en nuestro ADN y nos complace caminar con los ojos cerrados a través de las zonas oscuras de las áreas más peligrosas de la ciudad, donde tarde o temprano nos asaltará la amenaza de las pérdidas potenciales. El seguro de temblor debería ser obligatorio en las zonas de riesgo; sin embargo, aunque lo fuera, esta medida necesaria sería ignorada por nuestro sentido común.

Culpamos a la escasa economía y a la cultura o falta de ella, exigimos al Estado altamente paternalista que asegure nuestros bienes —‍esto es posible a través de la administración de un componente dentro del impuesto predial‍— o que nos dé si perdemos algo, y arrojamos la responsabilidad en otros, para nunca admitir que debemos proteger nuestro patrimonio o, si eres agente de seguros, que debes aprovechar tanta publicidad gratuita para salir a ofertar como loco la protección que cada vecino y empresario necesita.

Cuando el crédito de la casa obliga a pagar un seguro, lo hacemos porque no queda de otra. Refunfuñamos, renegamos y maldecimos, pero se nos termina olvidando porque ese costo es un componente de la cuenta de crédito y se amortiza cada mes, por lo que no lo distinguimos al pagar. Si nos imponen una obligación, sí la cumplimos; pero si la podemos evadir, pues no. ¡Privilegios de ser mexicano!

En conclusión, septiembre no implica un aniversario, sino un recordatorio de que vivimos a la sombra de un riesgo llamado sismo, que se puede materializar en cualquier momento, por lo que debemos aceptar la responsabilidad de prevenir los daños y actuar de manera oportuna, sin que alguien nos obligue a ello. Que duermas bien, si puedes.

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